Solalinde: blanquear sepulcros/ Opinión

El padre Solalinde sigue mudo ante la barbarie y la muerte a los migrantes en la 4T. Ya nada queda de él.

Por Germán Martinez/

Soy un mal católico, un pecador que no quiere, ni puede, dar lecciones de religión; además, creo firmemente en el Estado laico y en la libertad religiosa. Pero en esta llamada Semana Santa para el mundo católico, y después de que el Presidente dijo sentir que el infortunio de los latinoamericanos muertos en la cárcel migratoria de Ciudad Juárez le «partió el alma», y del anuncio de un nuevo órgano burocrático para migrantes, encabezado por el sacerdote Alejandro Solalinde, debo recordar un episodio católico, histórico, de hace unos años, cuando el sacerdote Solalinde era guía espiritual y tenía una enorme autoridad moral, por encabezar la indignación frente a la violación sistemática de los derechos humanos a los migrantes; incluso la Universidad Autónoma del Estado de México no sólo lo reconoció como «Doctor Honoris causa», sino que lo propuso al Premio Nobel de la Paz. Era instrumento de paz, bienaventurado porque perseguía justicia para migrantes. Otros tiempos, otros datos.

El Papa Francisco, entonces recién electo, realizó su primer viaje a una isla en el mar Mediterráneo, Lampedusa, donde llegan muchos migrantes en balsas, para intentar llegar a la rica Europa procedentes de la pobre África. El Pontificado del Papa jesuita está marcado desde ese día y sin titubeos, por reclamar a todos los gobiernos un trato humano a las personas migrantes. Era el 8 de julio de 2013. Iniciaba el ayuno del Ramadán para los musulmanes y el Papa los recordó y felicitó. Invitó al mundo a «llorar junto» a los migrantes, y denunció la «globalización de la indiferencia que se ha llevado nuestra capacidad de sentir».

Ahora el Padre Solalinde ya no pide, con radicalidad, justicia a migrantes, sino comprensión a López Obrador; ya no llora con los pobres de Centroamérica, sino consuela al inquilino de Palacio Nacional; ya no es capellán de los descartables, sino candidato a sacristán y campanero del jerarca de Palacio Nacional, pues se apresuró a decir en una radio veracruzana, que los muertos de la cárcel migratoria de Ciudad Juárez «no es un crimen de Estado…», y como esos políticos malabaristas y serviles de todos los partidos y épocas agregó textual: «hay responsabilidades, se tienen que delimitar; pero será más rápidos los planes de López Obrador tiene de transformación que ya urgían, pero que por alguna razón no se habían dado» (XEU, 29.03.23).

Con las palabras del Papa al mundo y a los migrantes de Lampedusa, pregunto al sacerdote Solalinde: «¿Dónde está tu hermano?». La voz de la sangre de Ciudad Juárez te grita desde esa cárcel migratoria convertida en infierno, ¿dónde está tu hermano?; ¿está en justificar la política gubernamental arrodillada frente a Estados Unidos, con miles de policías en la frontera?, o, ¿en el dolor de las familias rotas y abandonadas que no volverán a ver a sus muertos quemados y asfixiados en la prisión de Adán Augusto López?; ¿dónde está tu hermano, Padre Solalinde?, ¿en aceptar un puesto gubernamental para hacerle la tarea a la inútil Comisión Nacional de los Derechos Humanos?, ¿en sustituir a los jefes del Instituto Nacional de Migración para seguir apaleando, encarcelando y matando migrantes? ¿Dónde está tu hermano, Padre Solalinde, ahora que te estás dedicando a limpiarle y blanquearle a López Obrador las tumbas llenas de mediocridad e inmundicia gubernamental? ¿Dónde está tu hermano, en alcaides militares? ¿Dónde está tu hermano esta Semana Mayor?

Si el cura Solalinde cambió de Dios no lo critico, insisto, creo en la libertad religiosa. Pero no puede venir, con vanagloria, a decirnos que este gobierno trata a los emigrantes como humanos. Sus sermones son réplica de «las mañaneras» morenistas, más que de las palabras del Papa Francisco. Solalinde ya no se arrodilla frente a la cruz de los migrantes que recordamos justo esta Semana Santa, prefirió hincarse en el templo de la 4T y llenar de incienso y cánticos de mentira a su dios de Macuspana.

El autor es senador de la República.

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