Amatlán, Ver.- – En medio de cinco años de agonía, la búsqueda incesante de la familia de Arturo tocó los rincones más sombríos, retornando siempre con manos y corazones vacíos. Sin embargo, hoy, Arturo regresó a los brazos de su madre, aunque solo para brindar consuelo a su hermana de una manera diferente a la esperada.
Vestidos de blanco, familiares, vecinos, conocidos y amigos se congregan en la casa de Arturo, ya no los niños de 14 años, sino jóvenes de casi 20, que han conocido el dolor en su máxima expresión.
El mariachi llena la pequeña sala donde reposa el féretro blanco, y tras varias canciones, cada uno entra para despedirse.
Julio rememora a un Arturo siempre sonriente, apasionado por los autos deportivos y humilde hasta el final. «Éramos apenas niños, pero él siempre brillaba, tenía un entusiasmo por todo en la vida», comparte Julio mientras deja una flor sobre el ataúd.
Después de los jóvenes, ocho mujeres adultas comienzan un rezo que rompe el silencio, mientras una voz desde afuera anima a sonreír, recordando la alegría de Arturo.
Con su regreso, la presencia de Arturo se hace palpable. Aunque su risa ya no llenará la casa ni sus melodías la tarde, su esencia perdurará en los corazones de su familia, quienes ahora lucharán por justicia.
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