Jesús J. Castañeda Nevárez
Pasó ya el tsunami del 2 de junio y es el momento para la celebración de unos y el recuento de los daños de otros. Los beneficiarios de los programas sociales contentos por sentir asegurada su beca por 6 años más, lo cual pudiera ser motivo más que suficiente como para que no les preocupe nada más.
Los militantes y simpatizantes del partido triunfador, satisfechos al igual que los burócratas morenistas que sienten extendida su relación laboral por otro sexenio. Todos felices y contentos.
Del lado contrario, como resulta lógico, hay tristeza y desencanto, pues, aunque la posibilidad de la derrota forma parte de las reglas del juego, nadie se sube a ese ring preparado para perder, aunque se sabe que siempre está presente ese riesgo.
Hay otro grupo de actores, como en todos los procesos electorales, de los que sin pasión optaron por uno u otro candidato, con el deseo de cumplir con un deber cívico y esperando que el resultado sea bueno para el país, por lo que están tranquilos consigo mismos.
Y los últimos, ese 40 por ciento de personas inscritas en el padrón electoral que voluntariamente se quedaron fuera de éste evento, a pesar de haber sido el mayor proceso electoral de la historia de nuestro país, éste no logró despertar en ellos el interés, la preocupación o por lo menos el deseo de cumplir con un deber ciudadano. Ellos se quedaron en casa viendo la tele.
Terminó entonces la etapa de las votaciones, llegó el momento de la validación de la elección con el normal recuento de votos en los casos en los que existen inconsistencias, para concluir con la entrega de las constancias a los respectivos ganadores.
Seguramente volveremos a presenciar la expresión corporal conocida como “la Roque señal” por parte de los “triunfadores”, justamente en la cara de los “perdedores”, como un momento de disfrutar su victoria, pero, como siempre sucede, después de ese momento eufórico, forzosamente viene una pausa en el tiempo, para dar lugar al trabajo que deberá dar los resultados comprometidos por cada uno con su electorado.
Ya si no se cumple, no hay problema, la memoria del pueblo bueno es muy corta y de aquí a 6 años se les puede volver a prometer lo mismo y posiblemente volverán a creer y como ya quedó claro, volverán a votar igual, sin importar si la gasolina nunca estuvo a 10 pesos o si hubo más muertes violentas o si la canasta básica vale el doble.
Es un círculo vicioso del que no hemos logrado salir y por eso sólo festejamos triunfos electorales, pero aún no festejamos la victoria del crecimiento económico, la seguridad pública, la salud y la educación; cosas que nos hagan ser tierra deseable y envidiable de otros países, como para ser referentes en sus propósitos.
Por ahora queda claro que hay un grupo que celebra con champagne, mientras que Juan pueblo le da vueltas al Ángel de la Independencia felices por la victoria, para después escarbar en sus bolsillos para juntar las monedas para su camión y si le alcanza, para una torta de jamón. Esa es la realidad del mexicano. Porka Miseria.
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