Salvador I. Reding Vidaña
Cuando se habla de dictadores, se piensa en el poder “de un hombre”, frente al pueblo que controla, pero esta simpleza no ayuda ni a entender el fenómeno ni a buscar soluciones. No, la dictadura no es solamente un poder casi completo sobre un pueblo, una nación o hasta de una organización por una sola persona.
Una dictadura implica, además de la persona del dictador, otras más de diferente clase. En términos generales, hay personas cómplices, serviles, sumisas e indiferentes. Cualquier resistencia u oposición política se enfrenta a todos ellos de una forma u otra. Y enfrentar al dictador es hacerlo a una maquinaria represora del poder de la dictadura.
Para que un dictador pueda operar necesita, antes que nada, cómplices, personas que participan de alguna forma o nivel del poder del dictador y dentro de sus atribuciones tomarán decisiones y actuarán dentro de un marco de referencia, en parte legal o el resto ilegal, la ley es relativa según convenga. Ello a cambio de grandes beneficios en especial de corrupción.
El dictador todopoderoso (o casi) en su ámbito de control, necesita primero quiénes obedezcan sus órdenes y deseos, es decir operadores de control. Sólo en una pequeña tribu puede un dictador operar sin cómplices. Estos cómplices además de obedientes son partícipes de los beneficios de la dictadura, que, además del propio poder sobre personas y bienes, pueden enriquecerse a gran escala. Sirven al dictador precisamente porque son parte del poder. Y si se trata de ideologías de la dictadura, la mayoría de esos cómplices son también creyentes y seguidores de esa ideología. El caso de Hitler y el nazismo es un ejemplo ideal de dictadura a estudiar.
Además de esos beneficiarios-cómplices, están los serviles. Son personas que obedecen y agachan la cabeza obedeciendo sin chistar lo que el dictador les ordena, directamente o a través de sus cómplices con poder, sus superiores o jefes. Son características suyas la debilidad de carácter, el principio de que “las órdenes se cumplen, no se discuten”, y de él o ellos (los cómplices superiores suyos) saben lo que hacen. Carecen de voluntad propia dentro de la estructura del Estado y tratan de cuidar su empleo, que no los sobajen, los castiguen o los despidan, o hasta que los arresten, los encierren, los torturen o los maten. Que los echen del cargo y los conviertan en parias a quienes nadie les dará empleo.
Hay otro tipo de cómplices, los que se benefician de apoyar la dictador y “su gente”, personas que están fuera de la estructura de gobierno, principalmente quienes manejan medios de comunicación, y hasta académicos partidarios de la ideología del dictador o a quien ven como un ídolo, un enviado de los dioses para salvar al pueblo de los malos con poder de dinero principalmente, o que simplemente reciben dinero por su lealtad sumisa. Los dueños o comunicadores con gran capacidad de difusión y por tanto de influencia se benefician principalmente con carretadas de dinero del dictador, algunas de ellas con fondo legal, como contratos de propaganda y publicidad oficiales y también ilegalmente, en general en efectivo o a través de envíos de fondos a paraísos fiscales. Son los que dicen o callan como se debe conforme a consignas y amenazas.
Son también cómplices los militares que, o son también en altos mandos beneficiarios corruptos del dinero de la dictadura o mandos medios con sus propios ámbitos de corrupción. Amén de ellos, están los militares que siguen una idea falsa de lo que es el respeto al mando, confunden la sumisión y la obediencia ciega a lo que es el honor militar. Militares que atacan y hasta asesinan a ciudadanos y sus familias porque recibieron las órdenes de hacerlo y ciegan su conciencia.
En los juicios tras las dictaduras militares de Argentina, muchos criminales en el ejército alegaron un falso principio de lo que llamaban “obediencia debida”. Así como los militares, en los cuerpos de policía de una dictadura se opera de igual manera y bajo los mismos torcidos “principios” de obediencia y lealtad. A ellos se suman, por puro interés y por falta de conciencia, los paramilitares y asesinos a sueldo de la dictadura.
También colaboran a mantener al dictador en su coto de poder, nacional o local personas que por debilidad de carácter, por falta de sensibilidad ante los hechos; personas sumisas, esas que siguen el principio de que ni modo, ellos mandan y qué podemos hacer nosotros los simples ciudadanos. Su pasividad es el mejor aliado de la dictadura.
Pero un gran número de colaboradores pasivos de una dictadura son los indiferentes, los que ven y hasta viven los abusos del poder y ni les importa ni les sensibiliza. Ven matar personas, ven violaciones flagrantes a los derechos humanos por parte de la dictadura y se dicen que así es y ni modo. Y hasta siguen el principio de que en boca cerrada no entran moscas: “calladito te ves más bonito”.
Es muy importante tomar a toda esa gente en cuenta cuando se habla de una dictadura, pues dictadura no es sinónimo de dictador, éste es solamente la cabeza más poderosa de la dictadura. No es “el poder de un solo hombre”, no, es el poder mayúsculo de un hombre y de toda la pléyade de colaboradores, que forman parte del poder, de la corrupción o que obedecen por falta de principios, de conciencia o por debilidad de carácter.
La dictadura pues no se limita a una persona, y tan es así que a veces los dictadores han podido heredar el poder a quien les da la gana, familiares o amigos cómplices, contando con toda la maquinaria humana que les sirve. Un dictador tiene en general sumisos dictadores locales como señores feudales, a quienes con las debidas limitaciones los deja hacer y ejercer poder como les pegue la gana, siempre que no se les pase la mano frente a los deseos del gran dictador.
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