El desarrollo de la robótica ha llevado a una situación en la que cada vez hay más robots en funciones asociadas a la autoridad, por ejemplo, en la educación, la sanidad o el cumplimiento de la ley. Unos investigadores se propusieron averiguar hasta qué punto la gente aceptará a los robots como figuras de autoridad.
El estudio es obra de un equipo encabezado por Konrad Maj, de la Universidad SWPS, en Varsovia, Polonia.
El estudio se llevó a cabo en un laboratorio de la citada universidad. Los participantes fueron asignados aleatoriamente a uno de dos grupos: un grupo con el robot Pepper o un grupo con un humano que actuaba como experimentador. La tarea consistía en cambiar las extensiones de unos documentos informáticos. Si el participante mostraba signos de reticencia a continuar (por ejemplo, una pausa en el trabajo de más de 10 segundos), el robot o el experimentador utilizaban estímulos verbales. El tiempo medio para cambiar la extensión de un archivo fue más corto bajo supervisión humana (23 segundos), mientras que en los grupos supervisados por un robot este tiempo aumentó a 82 segundos. La cantidad media de documentos cambiados en la primera variante fue de 355, y en la segunda fue casi un 37% inferior: 224 documentos.
En el estudio también se comprobó que las personas demuestran un nivel significativo de obediencia hacia los robots humanoides que actúan como figuras de autoridad, aunque es claramente menor que hacia las personas (un 63% frente a un 75%).
Las características antropomórficas de los robots afectan al nivel de confianza y obediencia que mostramos los humanos hacia ellos. Los robots más parecidos a los humanos se perciben como más competentes y dignos de confianza. Por otro lado, una antropomorfización excesiva puede provocar el efecto del Valle Extraño, que se traduce en una menor confianza y una mayor incomodidad en la interacción.
La teoría del Valle Extraño, propuesta en 1970 por el pionero de la robótica Masahiro Mori, sugiere, entre otras cosas, que cuanto más se parezca un robot a un ser humano, más positivamente reaccionará ante él un humano, pero solo hasta cierto punto. Cuando el parecido es muy grande, pero no hasta el punto de que el observador crea estar ante un humano real y por tanto no se entere de que está ante un robot, se produce una sensación de repulsión o aprensión hacia el androide. Por supuesto, descubrir que alguien a quien consideraríamos un humano es en realidad un robot, también puede provocarnos sensaciones de miedo y rechazo.
El estudio se titula “Comparing obedience and efficiency in tedious task performance under human and humanoid robot supervision”. Y se ha publicado en la revista académica Cognition Technology & Work. (Fuente: NCYT de Amazings)
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