La Ciencia es cultura/La ciencia desde el Macuiltépetl

- en Opinión

“Las señoritas de Avignon” es uno de los cuadros más conocidos de Pablo Picasso y bien puede ser considerada como una de las obras emblemáticas de las primeras décadas del siglo veinte, época signada por una serie de cambios revolucionarios en las artes, la ciencia y la cultura en general. El cubismo –estilo plástico cuya paternidad se disputaron Picasso y Diego Rivera- tiene como una de sus características la superposición de planos por lo que, a primera vista, las obras cubistas parecen estar formadas de trazos arbitrarios y hasta podrían clasificarse como “arte abstracto”.

En los mismos años en que Picasso plasmaba el lienzo con las figuras de sus amiguitas del burdel de Avignon, se difundía en los medios científicos la teoría de la relatividad formulada por Albert Einstein. Esta teoría, orientada a responder a problemas fundamentales acerca de la materia y la estructura del espacio y el tiempo, nos presenta una imagen del universo en la que se trastocan nuestras imágenes habituales de las cosas, en forma parecida a lo que el cubismo sugiere. Por ejemplo, la teoría de la relatividad asume que el espacio y el tiempo no son ya independientes, sino que forman una estructura de cuatro dimensiones: las tres espaciales y la temporal, ligadas indisolublemente en un complejo espacio-tiempo. Otra consecuencia de la teoría es que el tiempo no transcurre homogénea ni uniformemente, sino que su medición depende del movimiento relativo y la ubicación del sistema en que se coloque el observador.

Las pinturas de Picasso, y las obras plásticas en general, se consideran “expresiones culturales”. A diferencia de las obras de arte, las teorías científicas rara vez son consideradas como elementos culturales. Pero esto bien puede ser resultado de circunstancias históricas particulares. Esa separación entre cultura y ciencia es, en buena medida, convencional y por tanto es posible, por ejemplo, discernir cierta relación entre el cubismo y las teorías de Einstein.

Siempre he imaginado que “las señoritas de Avignon” nos da una imagen de cómo podríamos ver el mundo bajo la perspectiva del espacio-tiempo propuesto en la teoría de la relatividad, si nuestro sentido de la vista fuese entrenado para ello.

Tanto la teoría de la relatividad como “Las señoritas …” nos ofrecen formas de percibir el mundo, cada una a partir de los medios y materiales específicos de que se valieron Picasso y Einstein. Ambas obras son “artefactos culturales”, producto de la cultura de una sociedad en un momento dado de su historia.

Por razones de naturaleza sociohistórica, se ha dado una escisión –inducida, artificial- entre ciencia y lo que se denomina “cultura”, dando origen a lo que C.P. Snow ha llamado “las dos culturas”: la cultura científica y la cultura (las artes, la literatura, las humanidades). Incluso en las instituciones sociales vigentes se refleja esta separación en la existencia de dependencias distintas para encargarse, por una parte,  de la ciencia y la técnica, y otra para los “asuntos culturales”.

Digo que la separación de las dos culturas es inducida porque no siempre ha sido así. Para los griegos, la creación de una obra de arte era el producto de dos actos inseparables: mimesis y methexis. La mimesis corresponde al acto de imitar, de recrear lo visto, lo sentido, lo vivido; y la methexis, al acto mediante el cual el artista se compromete con la realidad, se compenetra de ella para así poder representar no sólo la forma, sino también la esencia, lo sustancial de lo representado en su obra. De tal manera que tanto una teoría matemática como una obra musical eran consideradas obras de arte, en tanto resultado de la mimesis y la methexis.

Con el paso del tiempo, esos dos actos han sido tajantemente separados, a tal grado que en muchas ocasiones se llama arte o ciencia al simple ejercicio de una técnica, al llano virtuosismo, al elemental dominio de un método. Así se han separado dos modos de abordar la realidad por el hombre, modos que en su esencia deben ser inseparables.

Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

 

 

 

 

 

 

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