El derecho de insultar/ El Cristalazo

- en Opinión

Si nos vamos a la contabilidad, ya suman más de mil las quejas formales ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, presentadas entre el siete de marzo y esta fecha, con base exclusivamente en cuanto a la divulgación de calumnias o bajezas

fepade-logo20120707Ignoro si esta anécdota es cierta. No la confirman los historiadores consultados por esta columna, pero “si non e vero e bene trovato”, como se solía decir.
En una agitadísima sesión del Parlamento Británico, alharaquienta y acalorada (parece lo único caluroso en las brumosas islas), el honorable Gladstone y su encarnizado y leal opositor, Mr. Disraeli, habían llegado a punto de incendio. Tanto como para, a estas alturas, ya ni siquiera acordarse de cuál era la disputa.
—“Como ustedes pueden ver, señores, de acuerdo con lo expresado hace unos momentos por el señor Disraeli, pueden ustedes confirmar que se trata de un loco sifilítico. Frente a eso estamos, señores, frente a un demente con sífilis”.
Cabe hacer notar el efecto neurológico profundo, causado por ese treponema en sus fases finales. Pero sigamos.
Tras escuchar las injurias, Disraeli sonrió. Usó la palabra para fijar en ella todas las gotas de ironía posibles en la flemática actitud de los ingleses y tras defender su punto terminó con una explicación:
—“Mi leal opositor, el honorable Sir Gladstone, se ha equivocado en su diagnóstico. Yo, señores, estaría loco si abrazara sus ideas. Y de seguro estaría sifilítico si abrazara a su esposa.”
Ni la acusación ni la respuesta fueron suficientes para algo más allá del enardecimiento del recinto parlamentario. Al terminar la sesión todos se fueron a beber una copa juntos.
Esa anécdota nos debería servir para comprender la actitud frente a los hechos de la contienda. Hoy en las campañas, cuya presencia nos agobia, aturde y a veces hostiga y molesta, muchas personas se sienten mal por el cruce de acusaciones entre unos y otros.
La guerra de lodo es, a fin de cuentas, preferible a una guerra de otro tipo. Nuestra verdadera preocupación debería ser la violencia criminal en torno de los aspirantes, los muertos en varios estados, de Michoacán a Tabasco. Eso sí nos debería colmar la paciencia.
Pero hay otras cosas más allá de la injuria o el insulto o la exhibición de trapos sucios. Las denuncias penales de tipo electoral.
Si nos vamos a la contabilidad, ya suman más de mil las quejas formales ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales, presentadas entre el siete de marzo y esta fecha, con base exclusivamente en cuanto a la divulgación de calumnias o bajezas de otro tipo.
Hasta ahora todo se ha reducido a quitar del aire anuncios lesivos al buen nombre o la imagen de los políticos pendencieros.
La mayoría de las acusaciones o señalamientos adversos guardan relación con la honestidad. Se cuestiona todo: las casas, las propiedades, los parentescos, los viajes de los hijos, el vocabulario, el pasado familiar, la adquisición inexplicable de caballos o bienes inmuebles; las relaciones peligrosas, las fotografías con los narcos y en general todo cuanto sirva para mostrar los lados flacos de cualquier hombre o mujer.
Deshonestos, violentos, golpeadores, irreverentes, inverecundos, ladrones, tracaleros, pillos, pícaros; en fin, todo un diccionario de dicterios y adjetivos.
Y sin embargo esos políticos y sus antagonistas son quienes van a llegar a los cargos en disputa, como si el resultado electoral los limpiara de todo cuanto de ellos se ha dicho o la mañana del 8 de junio lavara con sus rosados dedos y su nueva aurora, el pasado de los políticos antes señalados.
¡Al ladrón, al ladrón!; gritaban antes los “retinteros” mientras se volteaban, a todo correr, la chamarra de dos vistas…

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