Esclavos de la moda y la imagen/ El Cristalazo

- en Opinión

Quien sabe si haya alguna relación entre ambos asuntos, pero a los pocos días de haber convertido la Medalla Belisario Domínguez en la medalla “Totalmente Palacio”, el gobierno nacional emprende una campaña absolutamente grotesca: convertir a los funcionarios, miembros del servicio exterior y de alguna manera representantes del país fuera de nuestras fronteras o frente a los extranjeros, en edecanes sonrientes, figurines y (se decía en España) lechuguinos de maniquí.

fidelCasualmente en estos días se revisan de nuevo, bajo la inclemente lupa de la historia, los méritos de un canciller nacional, el inmortal Francisco Zarco, quien además de todo construyó el mejor edificio del periodismo mexicano del siglo XIX, a pesar de haber vivido solamente 40 años de su edad.
Si bien Victoriano Salado Álvarez, el creador de los “Episodios nacionales”, se refiere a Zarco, un autodidacta de los de antes, es decir, doctor de la vida y sabio de la experiencia, como un “modelo de caballeros”, no tuvo el reportero huidizo necesidad de acudir a una escuela de imagen como esas cuya proliferación va de la mano con la repetición de un modelo de tiesura prefabricada cuyo estilo (sonreír de manera plástica y perpetua, vestir como otros dicen, sacarse las cejas, peinarse con ensayado desparpajo, etc.) ahora se quiere proponer para el servicio exterior junto con la moda y la esclavitud de los diseños.
Quién sabe de dónde habrá salido tan peregrina idea a la cual ya se oponen hombres y mujeres del servicio exterior, pero tal disparate no se le había ocurrido a Claudia Ruiz Massieu ni siquiera cuando estaba al frente de la Secretaría de Turismo, cuya naturaleza de playa y sol la habría podido acercar más fácilmente a estas frivolidades ahora trasplantadas a Tlatelolco, donde por cierto ya no funciona la cancillería, pero sí la costumbre. En fin.
La iniciativa interna de la Secretaría de Relaciones Exteriores se sustenta en un curso de seis módulos (¿dentro de poco la moda, la imagen y la pasarela serán asignatura en instituciones de pretensión cultural en México?) en los cuales se propone enseñanza (¿?) en cuestiones tan serias como maquillaje, vestuario, aprovechamiento de las características del cuerpo (a las chaparras no les van las botas mosqueteras con minifalda; eso es para sajonas de piernas largas, por ejemplo) y consideraciones casi filosóficas sobre aromas, perfumes y pestañas postizas.
Por ese camino pronto hablaremos del embajador Víctor Gordoa o la cónsul Martha Debayle. Todo ha sucumbido ante el impulso facilón y bobo de la frivolidad.
No lo olvidemos, el país entró de lleno —al parecer para no dejar ese impulso— en una etapa de superficialidad iniciada cuando Vicente Fox contrató “head hunters” para integrar un gabinete y se creó, en la Presidencia de la República, con criterio gerencial de empresa gringa, una oficina de “imagen institucional” cuyas funciones en algún tiempo le fueron encomendadas (los resultados están a la vista) al actual secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, quien quiso llevar a su jefe a la trascendencia plena mediante la escritura de discursos de poca memoria y nula recordación.
Pero las cosas seguirán por ese camino. Es parte del avasallamiento cultural propiciado por la globalización.
Veremos entonces dentro de poco una Dirección General de Corbatas y Accesorios; una oficina especializada en maquillaje, peluquines y peinados; una subsecretaría de plisados y faldas rectas, una discreta asesoría de lencerías y prendas íntimas (uno nunca sabe cuándo se puedan ofrecer) y una queja permanente de la funcionarias, especialmente quienes —ya lo comienzan a hacer— protesten por el carácter sexista de tan incomprensible iniciativa.
Quién sabe si será cierto pero ya se propone cambiarle el nombre del Instituto Matías Romero. Ahora se puede llamar “Instituto de Diseño de Imagen Diplomática Matías Chanel”; aprovechando el súbito amor hacia Francia y los franceses, tan en boga durante los recientes días tras los aciagos ataques del Estado Islámico contra los habitantes de París.
Y el camino más corto para el estupor sería preguntarse: ¿En qué estarán pensando?
Y la respuesta es sencilla: en nada.
Esa es la consecuencia de vivir sin ideas (apenas ocurrencias).
Como decía el enorme Edmundo O´Gorman, hay quienes no piensan y cuando piensan, piensan en otra cosa.

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