La tortura, la amapola y la tía Flora/ El Cristalazo

EPN presidente viajero
- en Opinión

Quiera uno o no quiera, el tema de los derechos humanos en México sigue siendo el dominante en la agenda informativa de estos últimos días. Y quizá por mucho tiempo más. Hay varios asuntos para confirmarlo.               Está el caso público, reiterada y exageradamente exhibido en pantallas y redes sociales, de la tortura a la señorita Santibáñez quien está presa (no por mucho tiempo más) allá en Nayarit y sobre el cual, bueno, podemos anticipar un final poco digno para la justicia.

¿Por qué?, porque haberle arrancado una confesión mediante la tortura, —fenómeno, según el relator de las Naciones Unidas para esta conducta execrable e indebida, Juan Méndez, que es una práctica generalizada en México—anula todo el proceso judicial y la deja prácticamente libre, sea o no culpable del delito imputado.

Y en esas escenas, se extingue la posible legitimidad del proceso por el cual Elvira Santibáñez llegó a la prisión de Nayarit.

Esto quiere decir, si ella es culpable no podrá ser castigada porque seguramente las organizaciones de Derechos Humanos atentas a este tipo de cosas van a retomar la investigación de su caso y una vez probada la violación del debido proceso en el cual se basa una de sus garantías, seguramente lograrán la libertad como la han obtenido para tantas otras personas.

Por eso es muy importante llevar todo el proceso por parte de las autoridades de manera escrupulosa, porque si las cosas se hacen bien, no hay organización de derechos humanos ni invocación de violaciones para salvar del castigo a un delincuente puramente procesado.

Pero si al transgresor se le ayuda desde el momento de su captura violando sus derechos, sólo se consigue convertirlo en un inocente de facto.

Por eso la autoridad debe ser respetuosa de la ley (además de su inherente obligación ética y política), si no, pasan este tipo de cosas.

Yo no sé si ella es inocente o es culpable. Se hablaba de un delito de portación de armas militares y posiblemente por alguna cercanía con un grupo de secuestradores, no lo sé, pero haya cometido cualquier delito (si lo cometió), la evidencia de la bolsa asfixiante, la falla del proceso desde su captura hasta la puesta a disposición de un juez, es suficiente para probar la violación de sus derechos fundamentales.

La otra pregunta sobre quién grabó las abusivas y degradantes imágenes; quién las puso a disposición del ojo público y cómo se logró sacar ese material del control militar, debe preocupar a otros. No a la opinión pública hasta ahora escandalizada con la evidencia.

Esas imágenes no confirman por sí solas el diagnóstico de Juan Méndez y su teoría de la práctica generalizada de la tortura en México, pero sí nos acercan a una práctica frecuente. Y si nada más fuera así, ya resulta inadmisible.

Por otra parte, en la semana, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos halla otra pieza del rompecabezas. Más fuerzas policiales inmiscuidas en los asuntos de Iguala, Cocula y demás.

Ayer la investigación —la real; no la de los expertos del GIEI quienes sólo supervisaban y refriteaban críticamente el trabajo de los demás—, dio un giro, exigiendo a la autoridad ministerial, en este caso la Procuraduría General de la República, seguir una línea de investigación, hasta ahora no profundizada.

El caso de la posible intervención de la Policía de Huitzuco, Guerrero, lo cual ya se había mencionado, pero ahora con una evidencia, a partir de un testigo presencial, quien por supuesto la CNDH mantiene en el anonimato por motivos de seguridad del propio testigo, quien no es el soldado ni tampoco ningún estudiante de Ayotzinapa, porque todos están desaparecidos.

A los testigos no se les debe de creer a priori, pero sí se debe tomar en cuenta un dicho para de ahí investigar, y si lo expresado tiene asiento en la realidad ya investigada, entonces se van acomodando las piezas de un rompecabezas; se obtienen complementos de una información previa y se incorporan nuevos elementos. Eso permite ir atando los hilos (las líneas) de una investigación.

Y por ejemplo, vamos a sustituir la palabra creer por la expresión “tomar en cuenta”.

—¿Por qué era importante creerle al padre Solalinde cuando habló, antes que otros, de la incineración de los cadáveres, según le habían referido a él testigos presenciales o personas enteradas de primera mano, aunque no lo vieron directamente en el momento.

—¿Por qué era importante tomarlo en cuenta?

Pues por todo lo ocurrido después. No era un delirio místico lo revelado por Solalinde, quien por muchas razones no quiso jamás revelar quiénes fueron sus informantes para no ponerlos en riesgo de muerte. Bueno, así, con este nuevo testigo, es igualmente importante reunir todos los datos disponibles por esta declaración y analizar una nueva ruta en toda esta red.

Al parecer no era el único camino; todos los caminos de Guerrero estaban vigilados por los amos de fuerzas poderosas, a quienes las fuerzas policiacas les habían vendido su trabajo de protección y cobertura a la capacidad económicamente imbatible de los Guerreros Unidos, quienes ya habían comprado al alcalde, a la mujer del alcalde, a los hermanos de la señora, a toda la clase digamos dirigente, caciquil de todos los municipios de la zona guerrerense y los cuales son, o eran hasta esos momentos, el verdadero poder para desplegar la única industria millonaria del estado de Guerrero (ya ni siquiera soñar con el turismo), la heroína.

—A ver qué decide el patrón; dicen los agentes.

¿Su patrón; el patrón de todos, políticos y policías?

Y el control de la heroína, durante muchos años sabido en México sin hacer absolutamente nada, es el fondo del problema. —La semilla.

Guerrero fue ocupado por el Ejército en la década de los 70, pero no para erradicar los cultivos de amapola, sino para erradicar a la Guerrilla de Lucio Cabañas y los otros “ayotzinapos” de aquel tiempo, para eso entró el Ejército.

Hubo momentos con más de 15 mil soldados operando en la sierra hasta Oaxaca y hoy estamos viendo cómo las cosas se transformaron, hoy ya no se persiguen guerrilleros, hoy se persiguen narcotraficantes cuya mafia engloba a estudiantes (o los confunde con sus competidores).

Ese es el verdadero meollo de un problema, sobre el cual no se investiga por estar investigando dónde quedo el crematorio, pues investiguen las dos cosas.

Una es un misterio, pero la otra está ante los ojos del mundo, el cultivo de la amapola en el estado de Guerrero es el origen de la violencia en esa zona. Es el motor de la corrupción de la policía y de la corrupción de la política, y si no bastaría preguntarle a Ángel Aguirre, él seguramente sabe un poco más.

Y el actual gobernador dice, si la legalizamos (la amapola) a lo mejor les quitamos el dinero, —Sí, ¿y después qué hacemos con la heroína?, ¿a quién se la vendemos?, ¿a los heroinómanos?, ¿quienes sostienen el negocio?

Porque los laboratorios químicos fabricantes de fármacos con ese inmenso tonelaje estarían sobrados, no necesitan tanto para sus anestésicos, analgésicos y ampolletas.

Ese es el verdadero problema y no se resolverá mirando para otra parte.

ONU

Gritaban a los cuatro vientos:

—Enrique Peña se esconde, no quiere ir a las Naciones Unidas a la cumbre de las drogas. “¡shhhhas, shhhhas!” se oían las telas de las rasgadas vestiduras.

Ahora el gobierno anuncia la asistencia del Presidente tras mover una fecha ante el gobierno de Italia, en un recorrido europeo.

—¡Aaayyyyyy! Comenzaron de nuevo, los gritos:

—Peña se va a Nueva York, si ya había dicho no; no se sostiene en sus dichos, es un veleidoso, no tiene palabra…

¡Aaaaay, aayyyyyy!

Total, como la gata de la tía Flora. De todos modos, le hagan como le hagan, chilla o llora.

(Si no se sabe el cuento, pregúnteselo a Catón, él se lo platicará gustoso, creo.)

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