Los quebrantos, lo inevitable, el estupor/ El Cristalazo

Manlio Fabio Beltrones lider nacional del PRI perdió el domingo pasado, hasta su candidatura presidencial
- en Opinión

En los análisis más simples el resultado electoral de la semana anterior nos iba a permitir observar una nueva distribución del poder en México; pero por encima de eso, más arriba de la “regionalización” del impacto de las decisiones locales de los electores, la concurrencia de los procesos estatales, es decir, la simultaneidad de una docena de comicios, les dio a estas elecciones un carácter de referéndum.
— ¿Fueron simples elecciones para cambiar gobernadores o fue un enjuiciamiento nacional sobre el
desempeño del gobierno federal? Y quien dice gobierno federal, dice Enrique Peña Nieto, pues éste es un país constitucional y políticamente presidencialista.
En un sentido estricto, lo primero, pero en los resortes internos y las consecuencias fue evidentemente lo segundo.
Las interpretaciones frecuentes y abundantes sobre los motivos de la derrota o las causas de la victoria de los opositores a Peña y su gobierno han sido abundantes y abrumadoras hasta ahora, pero no he leído, al menos no como argumento central, la combinación de todas ellas en medio de un fenómeno hasta ahora novedoso: la distorsión de la conciencia colectiva a partir de un encadenamiento de rumores (o versiones de hechos confirmados), puestos en la mente de millones de personas gracias a la volátil contaminación producida por las redes sociales.
He usado la palabra contaminación como pude haber dicho contagio, seguimiento, imitación o repetición simple. Vendría a ser lo mismo. Miles de personas hacen suyas versiones superficiales y hasta jocosas obtenidas en la sencillez de la pantalla telefónica en “memes”, gracejos y burlas diseminadas en medio de un torneo profesional de ingenios destructivos.
Las ocurrencias críticas de las redes se convierten en festín de quienes las envían y reenvían, mediante la divulgación instantánea, a millones de otros cuentahabientes. La dispersión es velocísima y si bien no tiene tiempo para fijarse en la mente de nadie, pues a los pocos segundos llega una nueva idea, sí queda espacio para el rescate de los “medios tradicionales”, los cuales fijan, mediante la repetición, los mensajes básicos.
La frase frecuente de los internautas, cuando un asunto de esta naturaleza se convierte en trending topic, sin importar la naturaleza del asunto, en tema de alta frecuencia, es:
—Se lo están acabando en las redes.
En ese sentido la imagen del presidente Peña fue definida con claridad por sus opositores. Por eso se afianzaron los tres postes del trípode de la crítica.
Y a cada uno de esos pilares le brotó otro brazo: corrupción, con su adherencia de represión y censura a los medios; crisis de derechos humanos con represión; y poco crecimiento de la economía con endeudamiento.
El segundo poste, la (oportunamente bautizada) crisis de los derechos humanos con sus ejemplos de Tlatlaya (no importan los fallos judiciales en sentido contrario) e Iguala.
En esta parte de la definición, los antagonistas cuentan con el auxilio de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, cuyos fines y respaldos internos (y externos) han quedado absolutamente claros: los jesuitas y su gran capacidad de movilización social.
Para nadie es un secreto el funcionamiento del binomio entre la Compañía de Jesús y los grupos washingtonianos cuyo control de la CIDH se traduce en activismo político en América Latina.
Apenas hace unos días, los jesuitas del sistema universitario continental manejado por ellos (en México el rector de la Universidad Iberoamericana, David Fernández Dávalos, presidió también el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, promotor de la “causa” de los ayotzinapos), pidieron a los integrantes de la OEA, aflojar la cartera y financiar de manera munífica los afanes de la Comisión de Derechos Humanos. Y lo hicieron con este tono apremiante como si se tratara de evitar el Apocalipsis:
“(La jornada).- Los rectores de las Universidades Jesuitas de América Latina exhortaron a todos los Estados parte de la Organización de Estados Americanos (OEA) a crear un mecanismo emergente de financiamiento que permita a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) seguir operando y a garantizar su funcionamiento de manera permanente.
“En un pronunciamiento regional, la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (Ausjal) y el Sistema Universitario Jesuita en México expresaron su profunda preocupación ante la difícil situación financiera en que se encuentra la CIDH. “Las consecuencias de permitir su debilitamiento serían catastróficas”, advierte.
“Además, destaca que desde su creación en 1959, la CIDH ha jugado un papel fundamental en la promoción y la difusión de los derechos humanos en el continente, en la que ha reivindicado y protegido la dignidad de quienes no han encontrado verdad, justicia y reparación en sus países.
“A través de sus informes, audiencias y mecanismos especiales, la CIDH ha señalado tanto los avances en materia de garantía y protección de derechos, como los obstáculos que aún se enfrentan para la plena vigencia de los mismos”, señala el pronunciamiento suscrito por Fernando Fernández Font, presidente de la Ausjal.
“Junto con él, todos los rectores de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús en Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela”.
Obviamente a esa solicitud de adhirieron todas las buenas conciencias internacionales y hasta interplanetarias: Amnistía Internacional, America’s Rigths Watch, et al.
La siembra del concepto, “la más grave crisis de Derechos Humanos en México”, incrustada en la evaluación política de este gobierno, fue un veneno para el prestigio peñista, si no hubiera sido suficientemente erosionado con los asuntos relacionados con la Casa Blanca. Quizá el complemento de este asunto de derechos humanos fue la acusación clerical (obispos de varias diócesis del país lo dijeron) sobre la cobranza por las leyes a favor de la homosexualidad conyugal.
Y por otra parte la simpleza de la condena económica expresada por la cotización del dólar y el peso. La palabra devaluación sigue siendo un conjuro maléfico contra cuya presencia no hay exorcismo posible, mucho menos persuasión tras las doctas explicaciones de los expertos del Banco de México y la Secretaría de Hacienda.
En este contexto la síntesis es sencilla: el Presidente perdió el referéndum, si lo queremos considerar así por las razones ya expuestas. Si hay una docena de elecciones locales y su partido pierde, gracias a oportunas alianzas aparentemente entre opositores ideológicos, y sale derrotado en más de la mitad, el panorama es oscuro y la corrección absolutamente indispensable.
— ¿Cómo va a corregir el rumbo este gobierno, cómo va a ganar credibilidad traducible en votos cuando lleguen las elecciones en el Estado de México y Colima?
—Esa pregunta no la puede responder ningún analista. La “comentocracia” ni gobierna ni sabe en el fondo cómo se ha hecho el tendido de los cables de la maquinaria del poder. Eso nada más lo puede saber plenamente el Presidente. Y si no lo sabe, entonces todo se ha terminado.
El panorama es ominoso para el partido presidencial y para él. Anteayer seguían marchando por el “Jueves de Corpus”. ¿Cuántos años más marcharán por Iguala? Todos.
Lo más preocupante (para el gobierno), si alguien se lo preguntara a esta columna, es la intervención extranjera en los asuntos de derechos humanos.
No todos los burócratas internacionales son neutros y puros. Algunos (los más, yo diría) hacen política nacional en los organismos multinacionales, como la OEA, y no verían mal, para consolidar la fortaleza de sus prédicas y sus herramientas, llevar al gobierno mexicano a comparecer en tribunales internacionales por crímenes contra la humanidad
No lo veo inevitable, pero el hecho mismo de comenzar a hablar de ello, como lo hicieron Marie Claire Acosta (Freedom House, una ONG gringa); James Goldston (Open Society Justicie Initiative; otra ONG de EU) y Ernesto López Portillo hace días en Canal 11, revela cómo la idea ya se ha alojado en algunas mentes.
Quisieran decir: “La Haya sido como Haya sido”.
Y no precisamente para evitarlo.

 

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