El cuento de nunca acabar/ El Cristalazo

Scherezada y sus cuentos de cada noche
- en Opinión

La mesa y la silla son los muebles, junto con la cama, indispensables en cualquier cultura. Los hay de muchas formas, materiales y funcionalidad. No es igual un “tatami” a un colchón acuático, ni un trono a una silla plegable.
Cuando la mesa se usa para cosas diferentes a la alimentación, se convierte en espacio deliberativo, ya sea redonda, para el panóptico aprovechamiento de los asistentes (como nos enseñó el Rey Arturo), o en zona sagrada, como el altar, el cual es en el fondo una mesa (como esa de acero inoxidable en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México) para el banquete espiritual del señor.
Cuando el hombre supo caminar, su siguiente descubrimiento fue aprender a sentarse, aunque para fabricar sillas, sillones, poltronas, tronos o sillas gestatorias, fue necesario el paso de muchos siglos. No así con la mesa, pues en casos urgentes el piso sirve para desplegar en él un trapo o mantel de cuadritos rojos y blancos, y hacer un pícnic, aun cuando no sea usted William Holden ni su acompañante Kim Novak. Brincos diera.
Pero bueno, el hombre ya sentado conoció las delicias de la mesa, tablón sobre patas cuya presencia es al mismo tiempo sinécdoque alimentaria o (en tiempos cercanos), extensión de la política o verde pradera para jugar al billar.
Y advirtió además —a veces— la delicia de la sobremesa.
El reposo le dio la silla y la naturaleza las asentaderas, zonas musculosas del cuerpo cuyo glúteo volumen va de la planicie a la opulencia, como sucede con las señoritas hipertrofiadas cuyas redondeces se deben a prótesis mejor o peor disimuladas en los zurcidos invisibles del bordado de la lujuria.
Como un comentario marginal diríamos: además de resultar útiles para el sedente reposo, las posaderas o nalgas resultan indispensables para la literatura (pasarse horas y horas sentado en la caricia ineluctable de las musas) o la paciencia política cuyo ejercicio se hace en una y otra y otra mesas en las cuales muy circunspectos se sientan los mismos señores (y a veces algunas señoras) de la ocasión anterior y se disponen y ponen a discutir una y otra vez la misma cosas sin llegar a nada. Nunca.
Para eso se debe tener, como dice García Márquez de Simón Bolívar en su silla de montar, “culo de fierro”. Aguantar horas y horas sentadito con cara de interés y maneras de diplomático.
—Sí, cómo no, tomamos nota. Seguimos al siguiente punto…
El mejor resultado de una mesa de diálogo, es dialogar sobre la fecha cuando habrá otra mesa para hablar de lo mismo ya tratado sin llegar a cosa alguna; pues Dios nos libre de arribar a una conclusión definitiva y resolutiva, pues entonces ya no se podría convocar a la mesa siguiente.
“Este era un gato con los pies de trapo y los ojos al revés, ¿quieres que te lo cuente otra vez?”
Pero más allá de estas disquisiciones, se diría algo muy simple, si el tálamo es el espacio del amor (o el sueño), la mesa se ha convertido en el espacio de la más absurda literatura nacional bajo el disfraz de la tolerancia, pues como si fuera cuento podríamos explicar las cosas a la manera de Scherezada, quien narraba una historia cada noche para prolongar su vida.
Hoy y ya desde hace mucho tiempo, la disidencia política se nutre de una fórmula infalible. Es muy sencilla. Ése es su cuento.
Para comenzar escoja usted una materia sobre la cual oponerse de manera furibunda. Use como lema para sus quejas cualquier descalificación posible. Por ejemplo, si se plantea una reforma educativa, dígale a la dicha reforma su naturaleza anti educativa. Lo mismo en lo laboral o lo energético.
Usurpe usted el papel del otro, en este caso del gobierno, y acúselo de querer acabar con la educación, no reformarla. A la manera del hereje, conviértase en defensor de la fe. Sea pato en tiro franco hacia la escopeta.
Después aplique dos procedimientos infalibles: movilización y victimización.
El primero es sencillo: saque la gente a la calle. Por el dinero no se apure. Siempre hay. El propio gobierno al cual usted le ha declarado oposición redentora y sacrificio interminable, se va a encargar de sostener el movimiento en su contra. Es parte del llamado juego democrático.
Cierre calles y carreteras, ocupe de preferencia un aeropuerto o los caminos de acceso a las pistas y las terminales; secuestre autobuses y llévelos a Iguala, si es posible.
Cuando intervengan las “fuerzas del orden” (las cuales son otra parte de la literatura fantástica pues no tienen fuerza ni devuelven el orden o si vigor tienen se ven impedidos de usarlo, desplegarlo o aplicarlo, pues entonces se les vienen encima los “intelectuales” siempre disponibles y expectantes ante cualquier oportunidad de lucimiento), grite usted a pleno pulmón la palabra mágica: represión.
Estas tres sílabas son harto milagrosas. Han probado una eficacia superior frente al exorcizante “vade retro” con el cual se trata de frenar el avance de cualquier entidad demoniaca alojada o no en el cuerpo de un poseso.
Los inconformes apedrearán a los policías, como los romanos hacían con los cristianos primitivos, pero éstos no podrán devolver las agresiones.
Y si lo hacen, unos muy encopetados “expertos internacionales” cuya sede laboral están en Washington, pronunciarán una frase de conjuro tan eficaz como el grito de represión: dirán, en ese país se vive una crisis de Derechos Humanos, entonces usted presto y solícito convocará a una mesa de análisis para escudriñar la condición de los ya dichos derechos de la humanidad en la dolida patria, y conseguirá un infinito rosario de reclamaciones, promesas y reparaciones, las cuales se anudarán con el siguiente conflicto y alimentarán una vez más el interminable caudal de mesas y más mesas de “dialogo”, en las cuales los sordos no ven y los ciegos no escuchan, pero unos y otros se hacen promesas jamás cumplidas para comenzar la semana siguiente, pues hasta las mesas de diálogo respetan fines de semana y fiestas de guardar.
—Levanten los bloqueos
—Pues abroguen la reforma.
—No abrogamos la reforma, pero la reformamos.
—No alzamos los bloqueos pero los dosificamos.
Y así hasta la eternidad.
CANAL AUTÓNOMO
El presidente de los diputados, Jesús Zambrano ha puesto nuevamente el dedo en la llaga: el Canal del Congreso necesita con urgencia más dinero, pues se trata del único espacio real de vinculación entre el Poder Legislativo y la sociedad. Así de simple y así de incomprendido a lo largo de los años.
Zambrano Grijalva, previno la necesaria discusión de este tema en el Presupuesto 2017. Como se sabe el Canal depende de una comisión bicameral conformada por el Senado y la diputación federal, aun cuando el reparto de las responsabilidades no es parejo. Mucho menos la aportación financiera.
Por eso en la discusión se debería incluir un tema soslayado por años: darle al Canal una personalidad jurídica propia, fuera del manejo de una comisión, algo en lo cual todos están de acuerdo, pero nadie ha hecho hasta ahora lo necesario.
“Destacó —dice la información—, que el Instituto Federal de Telecomunicaciones notificó al Congreso de la Unión que este Poder está en condiciones de recibir formalmente el título que acredita la concesión de su canal de televisión.
“El presidente de la Comisión Bicameral, senador Daniel Ávila Ruiz (PAN), mencionó que se requiere dotar de autonomía de gestión al Canal del Congreso y garantizar su presupuesto.
“Para este año, precisó, tiene 93.9 millones de pesos, de los cuales el 85 por ciento lo aporta la Cámara de Diputados y el resto el Senado de la República.
“La directora del Canal del Congreso, Blanca Lilia Ibarra, expuso las necesidades técnicas, operativas y tecnológicas con las que trabaja el canal, así como la alta demanda que tiene este medio para atender las solicitudes de las cámaras, por lo que pidió apoyo a los legisladores para subsanar la desatención presupuestal.
“El presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, Roberto Gil Zuarth, expresó la trascendencia de este hecho, que promueve la institucionalización del canal de comunicación con la sociedad, y recalcó la responsabilidad que implica para cumplir los requisitos y parámetros de la Ley de Telecomunicaciones.
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