Periodistas y casi periodistas/ El Cristalazo

El gobierno estatal criminaliza a las víctimas (sea quien sea) para no presentar a los culpables
- en Opinión

Quizá es un defecto profesional o personal, pero a mí los periodistas chillones me caen mal. En cualquier caso.

También aquellos cuya cotidiana invocación del peligro profesional en un país tan riesgoso como Siria, o más, no se compara con la molicie en la cual se desempeñan, entre la sala de prensa, el boletín y la fantasía de alguna vez estar de veras entre las patas de los caballos.

No se trata de hacer comparaciones odiosas, pero de todos los periodistas con los cuales he convivido y a quienes he conocido cercanamente, sólo conozco un caso de asesinato traicionero, y no fue por obra o decisión del Estado (como dicen ahora los “derechohumanistas”) sino por una razón hasta ahora un tanto turbia. Me refiero a la muerte por tiros en la espalda de Manuel Buendía, mi amigo, mi maestro, mi padrino. Lo mató —o lo mandó matar—, alguien con quien tenía una relación si no cercana, si frecuente.

También me llamaron un día para avisarme de la muerte a tiros de otro periodista célebre. Lo mató su esposa, harta de los malos tratos. Se llamaba Carlos Denegri.

He sabido después de la “moda” de inventar fiscalías, agencias, oficinas y quién sabe cuántos engendros burocráticos más dizque para “´proteger” a los periodistas en un país donde no se ha podido proteger a nadie. Por eso llevamos más de 120 mil asesinatos en los últimos años. Y la verdad, esa inferencia automática entre la muerte de un periodista y la agresión a la garantía social y el derecho humano de la libertad de expresión, la libérrima circulación de la información y todo lo demás, me parece una zarandaja.

Yo tengo medio siglo como profesional de este asunto (con el resto de mi familia sumaríamos como 200 años hasta el bisabuelo) y jamás he creído tener en mis manos el derecho social de nada. Esto es tan sencillo como cualquier otro oficio. Un oficio de fracasados, le decía Mark Twain, quien para sobrevivir ya había ensayado todo, antes de entregar sus afanes de tiempo completo a escribir para los diarios.

Hojas de papel volando, diría un tradicional son mexicano.

Pero hoy nos sacuden (o nos piden el sacudimiento) las redes sociales y los activistas de los derechos humanos, cuyos fines políticos y de combate electoral son otros. Nos estrujan con las historias de periodistas asesinados. Uno, un correo de narcotraficantes en Veracruz (como Paco), y el otro, un dipsómano pendenciero dotado de un blog en Sinaloa.

Sus asesinatos me parecen repugnantes, como todos los demás.

Solicitarle el certificado laboral a una persona para hacer de su muerte un ejemplo del desgobierno, me parece una canallada. Y a la postre un error, como presentar como ataque al periodismo la muerte de alguien ajeno al oficio. Igual de miserables ambas cosas. Es como enlistar en los accidentes aeronáuticos, un choque de carretera.

Una de esas inútiles fiscalías, pequeños elefantitos blancos de oportunistas buenos para nada, metidos en la demagogia de los “periodisticidios”, ha emitido este comunicado:

“A partir de elementos contundentes que obran en poder de la Fiscalía Especializada en Atención de Denuncias contra Comunicadores, el avance de la investigación iniciada con motivo del deceso de Gumaro P. A., ocurrido en Acayucan, originan (¿el avance originan?) la probabilidad de que el hoy occiso formaba parte de un grupo delictivo que opera en el sur del estado.

“Los resultados de las diligencias realizadas por personal pericial, agentes ministeriales y el Fiscal Especializado, en coordinación con la Fiscalía Regional, mismos que se encuentran sustentados en un trabajo de inteligencia, investigación de campo y científico, son tendientes a acreditar que Gumaro P. A. colaboraba en actividades ilícitas de un grupo delictivo de la delincuencia organizada.

“Lo anterior se robustece mediante la extracción pericial de datos, imágenes y conversaciones obtenidas a partir de su aparato telefónico móvil, al cual se tuvo acceso mediando toda formalidad de Ley; asimismo, existen registros proporcionados por el área de Prevención y Readaptación Social dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), de múltiples visitas, realizadas por el finado, a Gil “N”, alias “El Negro”, quien se encuentra recluido en un centro penitenciario y a quien se vincula con el liderazgo del citado grupo delictivo.

“Con este sustento, las líneas de investigación establecen que fue ejecutado por un grupo delictivo contrario al que él servía, toda vez que el homicidio no tiene ninguna relación con actividades periodísticas, mismas que el occiso no desempeñaba, como ya se informó en boletín anterior”.

Pero las leyendas casi siempre tienden a pesar más. La verdad no es agradable y nadie quiere reconocer cómo la de por si desacreditada profesión de los periodistas, es a veces utilizada como máscara para los “correveile” de los grupos delictivos. Tanto como los cantantes gruperos y demás achichincles del narco en palenques y galleras.

Mientras tanto, algunos de los más conspicuos informadores, al menos de mi generación, gozan de blindados y guardaespaldas pagados por el gobierno, ese gobierno al cual acusan a mañana, tarde y noche de inactividad, molicie, complicidad, fomento de la impunidad, y demás, mientras ellos viajan en sus cómodas cápsulas de metal y vidrio, con guaruras pagados por nosotros.

El verdadero problema consiste en la desprotección de los periodistas desde sus lugares de trabajo. Los sueldos miserables en empresas cuya finalidad es exaccionar al gobierno local o a quien se deje, sin mayor importancia para la información. Ese es otro disfraz, así el alto comisionado de la ONU se llene la boca con los mismos lugares comunes de toda la vida.

 

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